Pongamos

Pongamos que lo nuestro
nunca fue nuestro y que sólo tuvo
una sola dueña que fui yo misma.
Pongamos que entre el lodo
nunca hubo margaritas,
que hoy es una fecha señalada.

Pongamos que las calles
no llevan tus ojos en cada piedra,
que lo humano nunca fueron tus lunares,
que lo que imaginé fue solo tu risa.
Pongamos que pusiste el corazón
y no sólo la cabeza,
que todas las mañanas me inhalaste
sin quererlo entre el miedo.
Pongamos que impuse poco menos
que el viento enredado,
a punto de desprendérsete de las ganas
de correr deprisa hacia delante.

Pongamos así pues, las cartas sobre la hoguera:

que nunca te pensé ni me pensaste
que nunca te escuché ni me escuchaste
que nunca hubo sueño,
que nunca hubo poeta,
que nunca hubo cuero,
que nunca hubo mano,
que nunca hubo hombro,
que nunca hubo párpado, ni lunar, ni añil,
que nunca, nunca, nunca,
hubo mar al que largarse.

Pongamos que el vino no corría por los labios
la segunda vez que volamos
puestos de ganas y vientre.
Pongamos que la estrella no danzaba en el colchón
la primera vez que saltamos
puestos de nervio y tierra.
Pongamos que aquella noche no entré por la puerta
de aquel local abarrotado de finalización y comienzo
que pongamos y pongo: nunca dejará de comenzar.



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Y mañana será otro día,
depende del cristal con el que miras.
Todo es horrible o terriblemente bello.

No fue bueno, pero fue lo mejor.
Todo o casi todo salió de otra manera.