domingo, 28 de marzo de 2010
Crónica de un concierto: Quique González
Puntual. A las 20:30 se apagaron las luciérnagas que adornaban un teatro neobarroco de asientos granates. Abarrotado por el gentío, éste se hizo aplauso al ver al organista-pianista-clon de John Fogerty en su tiempo libre- salir al escenario. Instrumentos de luthier por todas partes, iluminación ocre y batería color rojo Versace: la Daiquiri Band se completaba con su capitán a la cabeza. Botas cowboy, pantalón ajustado, camisa verde y americana, como si acabara de llegar de Nashville, con ese mágnifico disco que es el Daiquiri Blues bajo el brazo.
Poco tardó el señor Quique González en demostrar todo lo contrario. Los temas se sucedieron uno tras otro como artilugios de precisión daVinciana, como poéticas piezas en algún lugar entre la afición a Bukowski del que entonaba y el gusto por los guitarristas modernos del que aporreaba las Fender con maestría (gran Javi Pedreira).
La frenética primera parte que se cerraba con una rockera "Suave es la noche" daba paso al intimismo y la harmónica de un teatro abarrotado de silencio, pendiente de cada partícula de las cuerdas que en acústico deletreaban "Rompeolas" y "Fito". Los aplausos enérgicos se intercalaban con las peticiones que a gritos, avergonzaban a dos lunas llenas que ocupaban los asientos 7 y 9 de la tercera fila (gracias a ti, por compartirlo conmigo).
La segunda parte no defraudó y una amalgama de rock, jazz y country subió más si cabe el nivel. El madrileño se movía magistralmente entre grandes éxitos como "Pequeño rock n roll" "Crece la hierba" o " Te lo dije" y bellezas a medio gas como "Su día libre", "Nadie podrá con nosotros" y la indescriptible "Riesgo y altura".
Dos horas y media de alma palpitando en el pecho, de madurez conmedida, de complicidad con el público repleto de viejos y nuevos conocidos y una serie de bises para satisfacer a todos y cada uno de los presentes. "De haberlo sabido", "Salitre" y el single "Con la luna debajo del brazo" consiguían levantar al respetable de las butacas con la sonrisa en las manos que se chocaban...
Y entonces ocurrió, Don Enrique González Morales, aquel chico que decidió hacerse músico a raíz de una lesión que truncó su carrera deportiva, se daba la vuelta para pedir una más a su equipo. El riff de guitarra inconfundible de la que una vez se entonó con un vigués de pro como es Iván Ferreiro, inundó el Teatro García Barbón de saltos y púas que volaban.
"Vidas cruzadas" cerraba uno de los mejores conciertos que esta menda, sabe que ha visto y verá jamás.
¡Grande, MUY grande, Quique! Los 37, no pasan en vano.... :)
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Sin palabras, temblando, con la piel de gallina y todos esos tópicos que se suelen utilizar cuando el arte simboliza música y se te cuela tan adentro que te olvidas hasta de quién eres. En esos momentos en que pareces flotar en una nube repleta de irracionalidad. A-C-O-J-O-N-A-N-t-E
ResponderEliminarUn antes y un después en mi vida de canciones. Como el contrabajo, que, desde el escenario, rasgaba los acordes lentos, haciéndolos incluso más punzantes (y no queda más remedio que llorar.)
Gracias por el mejor concierto de mi vida, pequeña. De corazón.
te quiero.
Gracias por compartir vuestra Salitre conmigo, vía telefónica (a falta de pan) :-)
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